Por Fabrizio Zotta
I.
El 14 de junio se cumplieron 30 años de la muerte de Jorge Luis Borges. Han aparecido notas sobre su vida –y algunas menos sobre su obra- en todos lados. Es que el periodismo ha reducido, últimamente, al escritor a un conjunto de anécdotas simpáticas sobre sus chistes, sus costumbres modestas, su ironía con quienes lo abordaban con alguna pregunta improvisada, su timidez, y un sinfín de detalles algo menores; pero salvo en foros especializados, la atención ya no está puesta en su obra. Por eso, Las cosas que digo de junio estarán dedicadas a Borges, pero no para contar que no le gustaba el futbol, o que pasó su noche de bodas en la casa de su madre, sino para homenaje de lo que hizo, y no de quién era.
II.
Conviven con igual enjundia dos críticas a la obra de Borges: su despolitización, y su incorrección política. Gran parte de la primera mitad del siglo XX estuvo atravesada por la división entre los escritores cuyos temas expresaban las preocupaciones populares, de izquierda, y más afines a los movimientos obreros, los llamados grupo “Boedo”, con Roberto Arlt y Raúl González Tuñón, como figuras más conocidas; y los “martinfierristas”, o grupo “Florida”, es decir, aquellos que publicaban en la revista “Martín Fierro”, una literatura que no tenía aquellas preocupaciones, o al menos, no en ese mismo estilo. Sus textos apuntaban, en cambio, al vanguardismo literario de la época. En este último grupo estaba Jorge Luis Borges. En ese contexto surgen las críticas a su obra por europeísta, poco argentina y aristocrática, que él responde con un texto emblemático, casi un manifiesto, “El escritor argentino y la tradición” (Discusión, 1932)
En cuanto a las apetencias políticas de Borges, hay muchas etapas: de joven adhirió al anarquismo, por influencia de su padre, y a la izquierda, casi como un ejercicio intelectual. En 1927 preside el comité de intelectuales jóvenes en apoyo a Hipólito Yrigoyen. Pero, a lo largo de su vida, va instalándose en un liberalismo conservador, escéptico de la relevancia de los cambios sociales, y fundamentalmente antiperonista que para él era también ser opositor al nazismo y al fascismo, pues los consideraba la misma cosa.
Superada la primera discusión sobre el rol del escritor argentino y latinoamericano en cuanto a la centralidad de la política en los temas y preocupaciones literarias del siglo XX, las críticas a Borges han sido centradas más en sus declaraciones y posturas frente a diversos acontecimientos sociopolíticos, y a su antiperonismo acérrimo, pero sus textos quedan en otro plano, y en general se reconoce que el pensamiento coyuntural y reaccionario del escritor no hace mácula a su producción. Sin embargo, no es cierto que la obra de Borges sea apolítica. Él expresa en sus escritos el prisma desde donde mira a la Argentina, con diferentes estilos y herramientas: un cuento con la muerte simbólica de Martín Fierro en “El fin” (Ficciones, 1944), un breve ensayo sobre lo genuinamente nacional: “La poesía gauchesca”, (Discusión, 1932), un poema sobre el origen “Sarmiento”, (El otro, el mismo, 1964), y muchos otros textos que prefiguran una lectura política, aunque pueda ser excesiva la palabra.
Pero hay dos textos estrictamente políticos, en la concepción más usada del término, con observancia a lo coyuntural, a la política “en territorio”, aplicada a los partidos, a los gobernantes y a la concepción de lo específicamente local. El primero de ellos es un cuento clandestino: “La fiesta del Monstruo”, de 1947.
En el plano histórico, el peronismo llega al poder y desplaza a Borges del cargo de auxiliar en la Biblioteca Miguel Cané. Lo humilla, además, con el nombramiento como inspector de mercados de aves de corral. Públicamente el escritor condena al movimiento peronista con expresiones despectivas y violentas: “La peor desdicha es que lo derrote a uno gente despreciable… los peronistas a nosotros.” En ese contexto es escrito el cuento La Fiesta del Monstruo, en colaboración con Adolfo Bioy Casares, y firmado por Honorio Bustos Domecq, el personaje bifronte que reúne la pluma de los dos célebres escritores. Sólo circuló en manuscrito durante el primer gobierno de Perón, y recién fue publicado después de su caída.
El cuento narra la historia de un asesinato en medio de un traslado de un grupo de militantes peronistas a escuchar al General en Plaza de Mayo. En el camino se detienen a tomar unas grapas y se cruzan con un judío, a quien le exigen que salude al estandarte del “Monstruo”. Al negarse, lo apedrean hasta matarlo, para repartirse sus pertenencias y luego quemar el cuerpo. Tras el abominable crimen, escucharon la palabra del “Monstruo”, en “una jornada cívica en forma”.
Este texto, si bien es una rareza en la obra de Borges, no lo es en la literatura argentina, de hecho, le debe mucho al primer cuento nacional, “El Matadero”, de Esteban Echeverría. El saludo al estandarte, el unitario que es desvestido y asesinado, la orgía grosera que se monta alrededor de esa muerte en el matadero del Restaurador, son ecos que se escuchan permanentemente en el cuento de Domecq. Hace unos años, José Pablo Feinmann reflexionaba sobre lo plano y elemental de la descripción del momento político en La fiesta del Monstruo, y el contraste con el otro texto político de la obra de Borges: el “Poema conjetural”, que narra las desventuras de Francisco Narciso Laprida. Dice Feinmann: “Borges suele afirmar que escribió el Poema conjetural cuando ya sentía sobre él la amenaza del peronismo. Pero si el peronismo era (como lo era para Borges) la barbarie […] debió secretamente recibirlo con júbilo, con el secreto júbilo con que Laprida recibe el cuchillo del final…”
Para Feinmann, entonces, el peronismo termina de completar a Borges, al igual que el asesinato de Laprida sentenció su “destino sudamericano”. Quizá sea cierto que son los enemigos los que terminan definiendo a una persona.
Leopoldo Brizuela, escritor de la generación post Borges ha dicho: “Borges puede decir cosas absolutamente reaccionarias, algunas muy inteligentes y otras esencialmente estúpidas, pero su literatura nunca es reaccionaria, ni estúpida.”
Son muchos los que aún intentan diferenciarse de él recorriendo el camino inverso.